Francis Galton fue primo
segundo de Darwin. A él se deben los primeros estudios científicos
sobre las huellas dactilares como medio de identificación. Era
escéptico frente a la religión y un gran estadístico. Uno de sus
trabajos que más gracia me hacen es el que dedicó a negar
estadísticamente la eficacia de la oración. Su nombre ha pasado a
la historia ligado al concepto de ‘eugenesia’, que defendió con
ardor. Galton creía que todo dependía de la herencia genética y
estaba empeñado en demostrar que las clases altas británicas
poseían una inteligencia superior a la de las personas comunes. Pero
una vez, en una feria de ganado de Plymouth, en 1906, asistió a un
concurso en que se debía acertar el peso de un gran buey destinado
al matadero. Para su sorpresa, la media resultante de las respuestas
de la multitud solo difirió en una libra del peso real del animal.
...
Si muestras a un grupo amplio
de gente un tarro lleno de aceitunas y les preguntas cuántas
aceitunas contiene, la media de sus respuestas se acerca siempre más
a la verdad que cualquiera de la respuestas individuales.
Me gustan los resultados de
este tipo de experimentos. Me gustan las demostraciones científicas
que explican que la gente tomada en su conjunto no es tan estúpida
como se tiende a decir.
Del segundo texto se desprende también que la gente tomada en su conjunto no solo no es tan estúpida como se tiende a pensar sino que sería mejor que tomada individualmente. Esta idea es a la vez inquietante y reconfortante desde un punto de vista democrático. Vendría a decir que todos los resultados de todas las elecciones dan siempre el mejor de los resultados posibles. ¡Vivan las campanas de Gauss!