lunes, 26 de marzo de 2018

FLECHA EN EL AZUL (ARTHUR KOESTLER) Y LA VELOCIDAD EN SISTEMAS DE REFERENCIA INERCIALES

El contenido del capítulo que leía en esos momentos era éste: mientras el obús que lleva a los exploradores hacia la Luna viaja por el vacío muere uno de los animales que se encuentran a bordo, un pequeño foxterrier. Después de algunas dudas, los exploradores deciden arrojar el cadáver a través de la hermética escotilla. Así lo hacen; luego, al mirar por la espesa ventana de vidrio, advierten con horror que el cuerpo del perro vuela paralelamente a ellos por el espacio. No cae, porque conserva la velocidad del obús, así como un objeto arrojado por la ventana de un tren en movimiento conserva la velocidad del tren; y fuera de la atmósfera terrestre no hay ninguna clase de fricción que pueda frenar el movimiento.
Gradualmente, el cadáver va separándose de la ventana, impelido por la persistencia del suave envión que lo había arrojado por la escotilla; pero aunque retrocede lentamente, conserva su velocidad paralela y sigue frente a la ventana.
El perro muerto se ha convertido en un planeta o en un meteoro que seguirá girando sobre su oscura órbita elíptica alrededor de la tierra, eternamente. 




Pues he encontrado este texto que es ya por sí solo toda una entrada de blog, ya que el propio Koestler comenta el contenido científico del texto de Verne. Recomiendo toda la autobiografía de Arthur Koestler como método de de conocimiento del siglo XX, ya que el tío se metía en todos los embolados posibles. Tanto era así, que recuerdo de joven leer estas memorias y contarle a mi hermano en nuestra habitación compartida todas sus peripecias, incluida una experiencia mística en la cárcel de Sevilla, buen sitio, Los Arcos para las experiencias místicas. Mi hermano le apodó 'el fantasma', porque no podía creer que fuera cierto todo lo que contaba. No voy a hacer spoiler de cómo termina la autobiografía y la propia vida de Koestler.

lunes, 12 de marzo de 2018

SOLENOIDE (MIRCEA CARTARESCU) Y LAS LÍNEAS DE CAMPO MAGNÉTICO

Pero el hecho de que los imanes se juntaran con un fuerte clic metálico siempre que los arrimaba, o que atrajeran todas las cosas de hierro- grapas, ganchos, agujas, monedas- no me resultaba extraño, pues al fin y al cabo eran unos imanes iguales a los que había visto en la cooperativa de Electrobobinas de Ghiocei, cuando en el sexto curso saltábamos la valla para hurgar entre los montones de deshechos del patio. El milagro acompañado a veces por una especie de pánico empezaba en el momento en que, al cambiar la posición de los imanes, aparecía de repente entre ellos una almohadilla elástica invisible y, pro mucho que intentaras acercarlos, se alejaban el uno del otro como si esa almohadilla fuera un bloque de hielo transparente que se estuviera derritiendo. Era la primera prueba de que en el mundo hay cosas que no puedes ver con los ojos y que, sin embargo, están ahí, que, como cualquier otro objeto, bloquean tu paso y ocupan una zona del espacio con la misma legitimidad hastiada con que lo harían una mesa o un vaso. Esos dos imanes detectaban entre ellos un fantasma, una irrealidad, abrían una puerta hacia otro mundo de imposibilidades concretas y palpables. En ese momento habrías querido coger con la mano, como a un gorrión enfermo, aquella almohadilla regordeta, y jugar con ella como si fuera una pelota de goma, pero su existencia se te antojaba unida a la de los dos imanes de forma tan fuerte e indisoluble como parece unida a nuestros ojos la propia realidad.



Ya dije algún día que textos como este servirían como cita introductoria en el capítulo de campo magnético de un manual de Física. Otra utilidad es que cuando yo explique el campo magnético y el fenómeno que se comenta deje caer en clase expresiones como 'almohadilla elástica invisible como un gorrión enfermo' y confiar en que algún alumno aprecie la cursilería.
Este párrafo de Cartarescu me gusta por dos motivos. Primero porque consigue una de las funciones de la literatura: hacer visible lo invisible. Y también me gusta porque narra el asombro infantil de los primeros descubrimientos, un sentimiento que tanto la ciencia como la poesía reclaman para sí