Pero
el hecho de que los imanes se juntaran con un fuerte clic metálico
siempre que los arrimaba, o que atrajeran todas las cosas de hierro-
grapas, ganchos, agujas, monedas- no me resultaba extraño, pues al
fin y al cabo eran unos imanes iguales a los que había visto en la
cooperativa de Electrobobinas de Ghiocei, cuando en el sexto curso
saltábamos la valla para hurgar entre los montones de deshechos del
patio. El milagro acompañado a veces por una especie de pánico
empezaba en el momento en que, al cambiar la posición de los imanes,
aparecía de repente entre ellos una almohadilla elástica invisible
y, pro mucho que intentaras acercarlos, se alejaban el uno del otro
como si esa almohadilla fuera un bloque de hielo transparente que se
estuviera derritiendo. Era la primera prueba de que en el mundo hay
cosas que no puedes ver con los ojos y que, sin embargo, están ahí,
que, como cualquier otro objeto, bloquean tu paso y ocupan una zona
del espacio con la misma legitimidad hastiada con que lo harían una
mesa o un vaso. Esos dos imanes detectaban entre ellos un fantasma,
una irrealidad, abrían una puerta hacia otro mundo de
imposibilidades concretas y palpables. En ese momento habrías
querido coger con la mano, como a un gorrión enfermo, aquella
almohadilla regordeta, y jugar con ella como si fuera una pelota de
goma, pero su existencia se te antojaba unida a la de los dos imanes
de forma tan fuerte e indisoluble como parece unida a nuestros ojos
la propia realidad.
Ya dije algún día que textos como este servirían como cita introductoria en el capítulo de campo magnético de un manual de Física. Otra utilidad es que cuando yo explique el campo magnético y el fenómeno que se comenta deje caer en clase expresiones como 'almohadilla elástica invisible como un gorrión enfermo' y confiar en que algún alumno aprecie la cursilería.
Este párrafo de Cartarescu me gusta por dos motivos. Primero porque consigue una de las funciones de la literatura: hacer visible lo invisible. Y también me gusta porque narra el asombro infantil de los primeros descubrimientos, un sentimiento que tanto la ciencia como la poesía reclaman para sí
En mi infancia frotábamos el boli (cuando conseguimos llegar al mundo boli, tras el tintero en el pupitre)hasta que atraía papelicos rotos que se le pegaban; esto junto con meter un peine en la palangana y ver su reflejo doblado son mis recuerdos infantiles sobre los misterios de la física y la óptica. El amigo Mircea era capaz de entrever la almohadilla elástica que unas veces compara con una lámina de hielo transparente y otra como un gorrión enfermo, pero así es la vida Mircea, el que quiere el imán tiene que cargar con la almohadilla. Me gusta más la imagen del hielo transparente pues el gorrión tiene menos prestigio que el ruiseñor en la lírica. Además yo no puedo evitar recordar la salutación cómplice de los paseantes de los pueblos cuando se sabe que saben que uno sabe lo que saben: "¡Ay, gorrión!" y el gorrión responde o atrincherándose en el" Ay" o se evade de problemas con el "Conque"
ResponderEliminarEn vista de ello aconsejo a jean Sol que no hable de apartar la almohadilla como si fuera un gorrión enfermo que rememora la peste aviar,, mejor diga de un pequeño ruiseñor. El efecto cursi es parejo y evitará que algúna criaturica aunque entusiasmada por la ciencia deje caer por lo bajini, ¡Ay gorrión!
Tomo nota, querida Womane, del cambio pajaril, pues es cierto que no se pierde el efecto cursi
ResponderEliminarEl ¡Ay, gorrión! es que vale para tantísimas situaciones en la vida en las que a uno no le queda otra que desenvolverse como un gorrioncico
Los dos experimentos de su juventud son muy buenos y siguen manteniendo toda su vigencia
¡Ay, gorriona!
...tantísimas situaciones en la vida en las a uno no le queda otra que desenvolverse como un gorrioncico.Ahí estamos, de pequeño porque todo es demasiado grande y desconcertante; de joven, porque uno termina cayendo en la cuenta de que los asunto fundamentales no giran necesariamente alrededor de su atractiva persona; de adulto se desenvuelve uno como un gorrioncico porque las piezas del puzzle no terminan de encajar ni de una ni de otra maneras y de ancianos, porque, en muchos casos nos hacemos transparentes para nuestros hermanos. Aquí nos atrevemos a dar una pequeña salída a tanta trampa. Es una frase de alguien quien nunca supe el nombre. ¨La madurez pudiera consistir en volver a jugar con la misma seriedad (tal vez gravedad) con que lo hacíamos de pequeños. A mí, de momento, no me sale bien
ResponderEliminarQuerido Pedro
ResponderEliminarTodos somo gorriones, efectivamente, de ahí viene el ¡Ay, gorrión! solidario que comentaba Woman. Sólo un gorrión reconoce a otro cuando se encuentra en situación gorrionil, de ahí el Ay, gorrión, que implica decir: te he visto, se qué estás haciendo, pero no te preoucupes, soy uno de los tuyos, hoy por tí mañana por mí. Hay mucha sabiduría en un 'Ay, gorrión' dicho en el momento adecuado.
Todos gorriones disimulando, pretendiendo sacar pecho cual palomos. Así vamos por la vida, gorriones con pecho palomo
En fin, que pasen buena Semana Santa todos los seguidores de este blog
Saludos cordiales