Juana se acordó de una vez,
pocos meses después de casada, que se había dirigido a su marido
para preguntarle algo. Estaban en la calle. Y antes incluso de
terminar la frase, con gran sorpresa por parte de Octavio, se había
detenido —con la cabeza inclinada y la mirada divertida—. Acababa
de descubrir que su voz era como aquella que tantas veces había oído
de soltera, siempre vagamente perpleja. Era la voz de una mujer joven
junto a su hombre. Como la suya propia tal como había sonado en
aquel momento para Octavio: aguda, vacía, lanzada hacia lo alto, con
notas iguales y claras. Algo inacabado, extático, un poco saciado.
Intentando gritar… Claros días, límpidos y secos, voz y días
asexuados, monaguillos en una misa de campaña. Y alguna cosa
perdida, encaminándose hacia un blando desespero… Aquel timbre de
recién casada tenía una historia, una historia frágil que pasaba
inadvertida a la mujer de la voz, pero no a esta.

Tono, sonoridad y timbre son tres características de las ondas sonoras que se explican con diferentes magnitudes físicas. El tono viene determinado por la frecuencias, sonidos agudos frecuencias altas, voces graves (de estar dentro de una tinaja) se corresponde con frecuencias bajas. La sonoridad, que suele medirse en decibelios, está relacionada con la intensidad y amplitud de la onda.
Por último, el concepto físico que hoy nos ocupa es el timbre, que es lo que hace que escuchemos un sonido y sepamos si se trata de un violín o de un piano. Está relacionado con la forma de la onda, cada sonido característico tiene una forma de onda propia, que nunca es la onda armónica perfecta que dibujan los físicos. Lo que yo desconocía es que, como sugiere el texto, también está influido por el estado civil del foco emisor de la onda