Hoy,
por supuesto, el cuerpo no es desconocido: sabemos que lo que golpea
dentro del pecho es el corazón y que la nariz es la terminación de
una manguera que sobresale del cuerpo para llevar oxígeno a los
pulmones. La cara no es más que una especie de tablero de
instrumentos en el que desembocan todos los mecanismos del cuerpo: la
digestión, la vista, la audición, la respiración, el pensamiento.
Desde
que sabemos denominar todas sus partes, el cuerpo desasosiega menos
al hombre. Ahora también sabemos que el alma no es más que la
actividad de la materia gris del cerebro. La dualidad entre el cuerpo
y el alma ha quedado velada por los términos científicos y podemos
reírnos alegremente de ella como de un prejuicio pasado de moda.
Pero
basta que el hombre se enamore como un loco y tenga que oír al mismo
tiempo el sonido de sus tripas. La unidad del cuerpo y el alma, esa
ilusión lírica de la era científica, se disipa repentinamente.
No tengo tan claro como mi amigo Milanku que el conocimiento del interior del cuerpo haga disminuir el desasosiego, hay un estilo de hipocondríaco para el que es justo al contrario.
A mí lo que de verdad me inquieta del interior del cuerpo humano, creo que me lo hizo notar Agustín Fernández Mallo, es que está totalmente oscuro, salvo cuando se le abre. Es decir, como una nevera. Uno ve las láminas de Anatomía tan bonitas y con tanta luz que se le hace difícil imaginar a toda la maquinaria que tenemos funcionar en la oscuridad.
No tengo tan claro como mi amigo Milanku que el conocimiento del interior del cuerpo haga disminuir el desasosiego, hay un estilo de hipocondríaco para el que es justo al contrario.
A mí lo que de verdad me inquieta del interior del cuerpo humano, creo que me lo hizo notar Agustín Fernández Mallo, es que está totalmente oscuro, salvo cuando se le abre. Es decir, como una nevera. Uno ve las láminas de Anatomía tan bonitas y con tanta luz que se le hace difícil imaginar a toda la maquinaria que tenemos funcionar en la oscuridad.