- Déjame continuar- me
pidió Sheindel, y siguió leyendo con voz grave-. ‘Es falsa la historia de la
filosofía y falsa la religión que postulan que nosotros, los seres humanos,
vivimos rodeados de cosas. Las artes de la física y la química empiezan a
darnos otras perspectivas, pero su sentido de la compasión es nuevo, y son
pocos los que la siguen fielmente hasta su lógico y hermoso fin. Las moléculas
danzan en el interior de todas las formas, y dentro de las moléculas danzan los
átomos y dentro de los átomos danzan fuentes aún más profundas de animación
divina. No hay nada muerto. La no-vida no existe. La sagrada vida subsiste
incluso en la piedra, incluso en los huesos de los perros muertos y los hombres
muertos. Por consiguiente, en la fecunda creación de Dios no existe posibilidad
de idolatría, y por tanto tampoco es posible cometer esa presunta abominación.’

Nadie está nunca quieto. Los orbitales deben ser
recorridos y ocupados y la construcción del caos nunca cesa, el espacio se
revela vivo, como en Miríadas, el poema deCarlos Marzal que cantó Antonio Arias:
Sobre la
diagonal de luz dorada
que deshilvana la quietud del aire;
en ese rayo de ámbar intangible
donde el espacio se revela vivo,
baila el polvo en desorden,
danzan, ebrios, los átomos.
Miríadas de un mundo que no vemos