lunes, 26 de septiembre de 2016

CANIJO (FERNANDO MANSILLA), LA TORMENTA DE HIELO (ANG LEE) Y EL OLOR A MIERDA DESDE UNA PERSPECTIVA CIENTÍFICA

Se escuchó un sollozo. Con toda claridad. Mi amigo sollozaba, Un espeso, humano e inconfundible olor a mierda entró por mis fosas nasales; miré hacia los dos maderos, se podían ver los efluvios penetrando por los agujeros de sus narices, se podían casi tocas aquellos efluvios. Calló repentinamente el mandamás, mudo quedó, incapaz de seguir hablando, pues hablar es abrir la boca, y la intuitiva técnica era mantener cerrado el pico y tomar aire por la nariz en inspiraciones rápidas, muy breves (mejor oler que tragar). Hedor insoportable. Los agentes ya no reían. El gordo giraba la cara, mantenía apretadas las mandíbulas y respiraba haciendo aspavientos, farfullando maldiciones. El otro, el Quitallaves, se abanicaba con la superficie mínima del documento de identidad de Carlos en la diestra, nadie decía nada, nadie abría la boca, se volvieron para dar la espalda a mi amigo, meneaban la cabeza. Yo estaba clavado en el sitio como una estatua.


En este blog, además de disquisiciones teóricas queremos aportar soluciones a problemas de la vida cotidiana como el de hoy. "Mejor oler que tragar", tanto la película de Ange Lee como la ciencia apoyan este método intuitivo. Aunque se huela y se pase por los receptores, parece que por lo menos algo "flitramos".
De este asunto lo que siempre me ha llamado la atención es la capacidad aislante inodora del cuerpo humano, que algo que huele tan mal ni siquiera se note diez segundos antes de ser expelido.

11 comentarios:

  1. Por desgracia estoy haciendo honor a mi nombre. En fin, esperemos que estas ausencias acaben por no hacer acto de presencia. Pero a estas alturas me parece difícil.¡Me harían falta muchos rabitos de pasas!
    Hay que felicitarte, JSP,por el nuevo giro del blog, te agradecemos que busques el bien común de los ciudadanos. El tema de esta quincena es algo que atañe a todos y cada uno. No sé si sabrás algo que he aprendido no hace mucho. Al envejecer normalmente se van perdiendo poco a poco los diferentes sentidos, incluso el sentido común en muchos ancianos aunque no sean sólo estos los que lo pierden, o mejor, carecen de él. Bueno, vayamos al grano. Resulta que hay un sentido que parece ser que en lugar de disminuir aumenta. Puedo dar prueba de ello por mi experiencia personal. ¡Mira por dónde tengo la Suerte, si es que puedo así llamarla,de tener un olfato que podría alcanzar un nivel cercano al sobresaliente. Antes era un humilde olfato que rondaba el aprobado. No sé si serán apreciaciones mías, pero no huelo igual de intensamente los perfumes, por ejemplo de las flores. Me pregunto dos coasa: una,¿suelen oler las flores de tradición olorosas? Porque las de las floristerías mi nariz no las huele. La segunda es si existe el mismo número de buenos olores que de malos. Me temo que mis respuestas sean pesimistas.
    Y hablando de pesimistas, ayer leí en las pantallas en las que sale tu turno en un banco la siguiente definición:
    Un pesimista es un optimista bien informado
    Tenemos la suerte, al parecer, de que los bancos sirven para algo más que provocar nuestro rechazo por cobrarnos hasta el aire que respiramos.¡Estamos de enhorabuena!
    Saludos de
    Evanesc

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  2. Tema grande entre los grandes... el del sentido del olfato, digo... No sé si será otro sentido, el común, o el instinto de supervivencia el que, ante determinados olores, especialmente los corporales y los intracorpolares expelidos al exterior, nos compele a cerrar la boca y confiar poco menos que la vida a ese filtro nasal. Y múltiples son las situaciones en que nos vemos en esa tesitura: ese bus/metro con usuarios grácilmente asidos a las barras superiores, esa entrada a un sitio cerrado previamente usado para menesteres intestinales, o ese pedete silente en un ascensor convertido así en cámara de tortura. ¿Quién no conoce por experiencia propia alguna situación similar?
    Finalmente, no puedo sustraerme a recordar aquella letrilla popular de desamor y venganza despechada:
    "A tu puerta me cagué
    pensando que me querías.
    Ahora que ya no me quieres
    dame la mierda, que es mía,"

    P.D.: Espero sepan Vuecencias perdonar la deriva escatológica y escasamente científica de este comentario. [Sr. Partre, no me anime a participar, que "aluego" suceden estas cosas ;-) ]

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  3. Estimada Evanesc
    Me alegra que aprecie el giro del blog y su intención de servicio público. Estamos dispuestos a seguir dando consejos desde la ciencia y aceptamos una subvención de la Junta de Andalucía.
    El olfato no tiene mucho prestigio como sentido; yo, como miope profundo, admiro a la gente que ve bien, me parece rarísimo ver bien sin gafas, hasta sospechoso, diría yo.
    Un saludo

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  4. Querido José Luis:
    No se preocupe por la deriva escatológica porque era casi inevitable, partiendo de un texto que narra cómo un tío se caga encima.
    Muy mal lo de las sobacas tronantes, los que tratamos con adolescentes las sufrimos muchos, yo siempre aconsejo a mis alumnos que se duchen una vez a la semana aunque no les haga falta, pero no sé si me hacen caso.
    Yo me quiero detener en un tipo que me parece lo peor del mundo: el que por sistema caga en el trabajo; no el que tiene un mal día, sino el que tiene cogida la hora y la costumbre de jiñar en el trabajo. Eso está muy mal y denota ser una persona con el alma muy sucia.
    Lo de peerse en el ascensor solo puede hacerse cuando hay más de dos personas acompañándote, porque si no, por eliminación te pueden pillar, aunque hay gente con la desfachatez de mirarte a la cara como diciendo: "efectivamente me he peío, a ver qué le vamos a hacer".
    En fin, quiero terminar estas líneas recomendando la novela Canijo, un Trainspoting a la sevillana y recomendando el grupo musical de su autor, "Mansilla y los espías" y su disco "Literatura de baile". Un concierto bastante chulo vi de ellos hace unos años en el Cicus
    Saludos cordiales

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  5. Como en tantas cosas, también en los olores, el nativo digital criado en el gel y en el desodorante tiene distintas percepciones que el nativo del candil, hecho al barreño y a la muda. De ahí que cuando tras pasarse la mano por el sobaco se la huele delicadamente la concejala catalana, pienso que se trata de una educación de los sentidos ajena a la de antaño donde todos los olores propios y próximos al unirse se anulaban, de manera que no se podría averiguar ni interesaba la procedencia del olor de pié o ventosidad pues era aceptado y no percibido que la humanidad olía a humanidad y no zorrunamente.
    Las moléculas tragadas por aquel entonces no serían peores que las de las gasolinas ni los ambientadores ni lo que nos quede por tragar.
    Termino reformando una cita de Kant para elevar algo el tono de esta entrada: él decía :De nobis ipsis silemus, y yo digo De nostris odoribus silemus

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  6. Dear woman
    Ahí queda la cita de Kant, para elevar un poco la línea de la entrada con tanta caca.
    Ando yo ahora resfriado con lo que me evito los malos olores. En "Entrevistas breves con hombres repulsivos", de David Foster Wallace, concretamente en la entrevista breve nº 42, VI- 1997, un hombre narra detalladamente la profesión de su padre, que era encargado de un cuarto de baño de un hotel de lujo, de guardia para dar las toallas y esas cosas, cuenta todas las cosas que ve y escucha este hombre, la cosa empieza así:
    "Ese ruido de algo blando que cae. El susurro suave del papel. Los pequeños gruñidos involuntarios. La imagen singular de un anciano ante el inodoro de la pared, la manera en que se coloca allí, asienta los pies, apunta y deja escapar un suspiro intemporal del que uno sabe que no es consciente. Aquel era su ambiente. Estaba allí seis días por semana. Los sábados doblaba turno. Esa sensación irritante que produce la orina mezclada con el agua. El susurro invisible de los periódicos sobre los muslos desnudos. Los olores."
    En este enlace puede verse un fragmento de la película que recrea la escena.
    Saludos cordiales

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  7. Sobre el año sesenta había una escuela de un solo aula en la calle Hombre de piedra a la que acudíamos niños de cuatro años a muchachos de dieciocho y diecinueve. Un día, tras haber pasado ya el hombre de los higos chumbos que veíamos y olíamos tan cerquita de la ventana junto a su jumento, León, el mayor de la clase, le lanzó un directo a don Antonio (don calvichi) que le alcanzó la nariz y la boca cuanto menos y lo dejó tumbado en el suelo. Yo, con tres o cuatro años, no sabía cómo le ocurrió una cosa así a mi maestro que dejada libres por el alto techo de la clase sus palomas y sus loros, por el suelo su colección de hamsters y sobre su mesa sus jaulas con camaleones maravillosos. Ya en los primeros días de septiembre irrumpieron en la clase dos individuos con medio chaquetas que, después de comentar algo breve con don Antonio, nos prepararon para que asistiéramos a un acontecimiento extraordinariamente único en sus propias palabras. Entonces sacaron unas tizas de colores que hasta ese momento no habíamos visto nunca y pintaron sobre la pizarra oscura azul sobre amarillo. Al aparecer el color verde se volvieron hacia nosotros para pedir exclamaciones de asombro. Hicieron lo mismo con otra combinación de colores e inmediatamente se marcharon.
    Era mi primer año, así que acudir a las letrinas separadas con lonas de los últimos bancos no lo veía yo muy fácil, y más después de alguna intentona para descargar y encontrarme allí a algunos compañeros con la pilila en la mano y ajenos a las enseñanzas de don Antonio. Lo cierto es que una mañana se me escapó un gas verdaderamente venenoso. Y alguien alzó la voz para dar la alarma. Don Calvichi, para estas ocasiones, tenía un sabueso, un tal Gallardo, al que ordenaba activar sus pituitarias sobre la zona afectada, alumno por alumno. Previamente el maestro concedía la oportunidad de entregarse elevando su voz: ¿Quién se ha desplumado? Inmediatamente, ante la ausencia de algún valiente, Gallardo no tardó en pararse a mi lado y señalarme como el culpable de vertido. Terrible momento para mí que aún no lo he olvidado. Con la cara roja, casi hinchada, me expresé mal, pero muy seguro de lo que argumentaba: ¡Yo no he sido...! Ha sido uno de estos y a mí se me ha metido el olor por aquí. Y señalaba yo los perniles de un pantaloncito corto de pana. Estuve con los brazos en cruz de rodillas hasta que llegó mi madre a la que no recuerdo si aquello le importó mucho o no.

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  8. Estimado Pedro
    Pobre Don Calvichi, que además de sufrir un 'mote definitivo', sufrió la violencia escolar en los propias carnes. Yo estuve cerca de ver algo parecido en los cuartos de baño, cuando Don Benjamín y Quintana (un mostrenco que cuando se peleaba hacían falta tres o cuatro profesores para separarlo de su presa). Quintana lucía botines J´Hayber, auténticas armas mortales.
    Todo el tono de su comentario me ha traído a la memoria la estupenda novela "Una temporada para silbar", en donde también se produce una agresión al Calvichi de turno:
    "Morrie se enderezó con calma. Todos sabíamos que pegarle a un maestro era una ofensa capital, pero que el maestro devolviera el golpe era otra historia. Eddie había puesto los ojos en blanco y seguí agitando la mano maltrecha, a la espera de su destino. Una mancha roja del tamaño de sus nudillos había aparecido al final de la frente de Morrie. Tenía torcido el cuello de la camisa y la corbata desmadejada sobre el pecho. Durante varios segundos, toda la escuela contempló vacilante la escena: el hombre adulto, compacto, y el enorme adolescente, el uno frente al otro. Luego, Morrie se acomodó el cuello y la corbata y dijo casi con total normalidad:
    Hablaré contigo al final del día, Eddie. Los demás, volved a vuestros sitios y sacad el libro de geografía."
    Quiso la casualidad que su comentario me llegara mientras prepara un examen sobre las leyes de los gases, y he de decir que ninguna de estas leyes (Boyle, Gay-Lussac, Charles...) ampara el fenómeno por el que aquellos gases espontánemente se adentraran en sus perniles; además su coartada violaba algún que otro principio de la Termodinámica. Seguro que fue por ello por lo que no se libró del castigo, impropio castigo, porque la postura del mismo no ayuda a quien se encuentre en situación de muelle flojo con riesgo de desplume.
    En todo caso, toda la anécdota pide a gritos un desarrollo en forma de texto más amplio, porque está muy bien.
    Saludos cordiales

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  9. Qué buena entrada y qué nivel humorístico y literario en los comentarios. Enhorabuena.
    El pedo y la caca, a pesar de ser asuntos desagradables, dan mucho juego entre escritores, cineastas y reuniones de amigos. Entre músicos no tanto, no sé por qué. Yo confieso, sin rubor ninguno, que es un tema que me hace gracia.
    Me ha parecido muy interesante la apreciación del cuerpo como aislante del olor interior. Es cierto que aisla del olor del monstruo acumulado en nuestros intestinos, pero no de algunos alimentos ingeridos. Aún recuerdo con desagrado cómo olía mi compañero de laboratorio cuando comía cebolla cruda, que exhalaba olor a cebolla por cada poro de su cuerpo. Con el curry pasa igual.
    Saludos.

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  10. Ome Panchi, ese olor vendría de los flatitos no? Yo tenía un amigo que mientras me hablaba se golpeaba el pecho con el puño cuando le venía un gasecillo.
    En una entrada sobre Fortunata y Jacinta hablamos en su momento de los gases.
    Yo creo que el mundo se divide entre los que se ríen con el peo (en un plano teórico, se entiende) y los que no.
    Cordiales saludos

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  11. En un reportaje de aduanas, un policía convenientemente enmascarado, casi se desmaya al oler visceras de animales que estaban podridas. Las vísceras las traía en viajero peruano, un criollo, que traía otras golosinas que parecían tener la peste bubonica.
    El guarro del criollo no declaró, pero tenia cara de sospechoso y el policía se lo olió. Estar en la zona de ojeado y olienda de alimentos que traen de paises del tercer o cuarto mundo es lo más duro para un policía de Barajas

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