- Vivió quince años en Estados Unidos,
dando clases, y sorprende que esa experiencia no apareciese en sus libros
anteriores sino de forma muy escueta. ¿Tiene la sensación de que allí se
adquiere un conocimiento sin experiencia?
- En los campus, sobre todo en Princeton, domina la idea,
me parece, de que el pensamiento debe estar aislado de la realidad. Los grandes
descubrimientos teóricos se hacen siendo muy joven (a menudo antes de los
veinte, es decir, en la adolescencia, y antes de tener alguna experiencia de la
vida), ya que la concentración extrema depende de que las pasiones no
interfieran en el pensamiento, y el campus pone o trata de poner entre
paréntesis la vida y el deseo. Además, en Princeton, a los veinticinco o
veintiséis años, los grandes matemáticos ya son «has been», llega la nueva
élite de supergenios de diecisiete y dieciocho, rápidos y arrogantes como Billy
el Niño, y la universidad pone a las viejas glorias de treinta años a dar
clases porque asume que ya no inventarán nada: todos ellos saben que no se les
va a ocurrir nada más, a pesar de que aún tienen toda la vida por delante, y se
dedican a leer.
Los matemáticos, como los futbolistas, a los treinta años ya están viejos. Qué curioso. Con la edad se pierde empuje, es cierto. Aquellos que de mayores mantienen la ilusión y el esfuerzo de su juventud tienen el éxito garantizado, podría decirse que es casi hacer trampas combinar la experiencia de la madurez con el vigor de la juventud. Yo mismo me digo: con lo que yo sé, si continuara echando las peonás de estudio que echaba con mi hermano cuando opositaba....