Una
vez isomerizado, es decir, una vez convertido el safrol en isosafrol,
hubo que destilarlo pacientemente
y,
aunque ahí yo también tuve que vigilar, la bella transparencia del
resultado, como de colonia para niños, y el excelente peso que
alcanzó (70 gramos, otra prueba de «buen rendimiento»), dejaron
como residuo un matraz totalmente renegrido que de ninguna forma
parecía que fuera a volver en sí. Me tocó a mí, sin embargo,
limpiarlo y debo decir que no sólo fracasé sino que, después de
agotar demenciales cantidades de Fairy, KH7 y alcohol de quemar,
probé con ácido sulfúrico, a sugerencia de Samantha, y la
escobilla se me desintegró. Ahí reposa aún el desdichado matraz,
con el fondo lleno de
costras, bañado en una mezcla de todos eso corrosivos fulminantes
que no fulminan nada. Lo último que intenté fue meterlo en el
microondas para ver si, calentándolo, se le desprendían al menos
una o dos costras. Y una o dos costras desprendidas fue lo que
conseguí
La propiedad que más me gusta del vidrio pyrex es que su índice de refracción es muy parecido al del aceite, lo que da lugar a experimentos próximos a la invisibilidad, como este que hicimos: