Al día siguiente toreé en Madrid
por segunda vez y fue aquella mi verdadera consagración. Salí al ruedo como el
matemático que se asoma a un encerado para hacer la demostración de un teorema.
Se regía entonces el toreo por aquel pintoresco axioma lagartijero de ‘Te pones
aquí, y te quitas tú o te quita el toro’. Yo venía a demostrar que esto no era
tan evidente como parecía: ’Te pones aquí y no te quitas tú ni te quita el toro
si sabes torear’. Había entonces una complicada matemática de los terrenos del
toro y los terrenos del torero que a mi juicio era perfectamente superflua. El
toro no tiene terrenos, porque no es un ente de razón, y no hay registrador de
la Propiedad que pueda delimitárselos. Todos los terrenos son del torero, el
único ser inteligente que entra en el juego, y que, como es natural, se queda
con todo
Desde que leí este texto, cada vez que tengo que demostrar algo en la pizarra me aproxima a ella de puntillitas y con pasitos cortos, en plan torero. De las 52 entradas que se llevan publicadas en este blog, esta es la primera que no he descubierto yo directamente, sino que me la ha mostrado mi señora parienta, Mme Partre. También en este libro sobre Juan Belmonte (a la derecha en la foto) aparece una de las grandes frases de la literatura mundial, a la altura del 'to be or not to be' o cualquier otra emblemática. La pronuncia un torero de la cuadrilla, que de gira por América echa de menos su Sevilla y su Triana:
- ¡Las siete! Ya hay pescao frito en la Europa
- ¡Las siete! Ya hay pescao frito en la Europa