Yo no calzaba con el perfil. No tenía sobrepeso, casi no comía dulces, corría maratones. Pero ahí estaba el diagnóstico: diabetes tipo 1. Y ahí fue apareciendo cada una de las complicaciones. El corazón acelerado, los ojos llenándose de sangre. El miedo a que, cualquier día, me cortaran una pierna,
‘Mi amiguita Cyborg’, me había bautizado el día de ese primer implante. El chip blanco y redondo en mi brazo que se cambiaba cada catorce días. El que evitaba que mis dedos se convirtieran en colador. El que daba los gritos de alarma en un cuerpo que no sentía nada
Ustedes lo habrán visto en las piscinas y playas, la pegatina en el hombro sujetando el chip que tanto ha mejorado la vida de los diabéticos. Ya no tienen que pincharse, ‘evitando que mis dedos se convirtieran en un colador’.
Me hace gracia lo de cyborg porque también yo lo veo como una experiencia próxima al transhumanismo. Siento algo parecido cada vez que me pongo las lentillas cada mañana y salgo a la calle cual Terminator
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