Y con una simultaneidad que solo puede explicarse recurriendo a los principios de la física cuántica, y en concreto a las propiedades de las llamadas partículas entrelazadas, ese mismo latido de reconocimiento alcanza simultáneamente todos los rincones del restaurante, incluso mesas tan alejadas de nosotros que es imposible que nos vean [1]
[1]He incurrido en una pequeña sofistería al sugerir que las partículas entrelazadas pueden explicar algo cuando, a día de hoy, no existe siquiera una explicación satisfactoria para dichas partículas.
Me gusta esta simpática confesión, porque pone de manifiesto que efectivamente a veces los escritores usan la ciencia para darse un aire de importancia adornando una metáfora. De hecho, en parcelas tan complicadas y abstractas como la física cuántica debería ser justamente al revés, en vez de ser fuente de metáforas, necesitan de las comparaciones ingeniosas para entender conceptos no intuitivos ni familiares. Veo a la física cuántica más como receptor de símiles que como donante.
Y qué bonita palabra sofistería, ¿verdad?
Hay tareas que siempre fueron molestas pero inocentes, por ejemplo, quitar el polvo. El polvo desaparecìa de una superficie e iba a donde fuera pero menos visible. Empezó la cosa a complicarse con los ácaros y la contaminación y cuando a través de un rayo de sol vemos cuantas cosillas se ven en el polvo que cae, sospechamos que el cosmos es mucho cosmos.
ResponderEliminarAhora con estas cosas de la física quántica nos sobrecogemos, menos mal que, como el autor, dice, devenimos un poco sofistas y hablamos de la partìculas entrelazadas como si tuviéramos idéa,que hasta los de Letras cuestionamos a Einstein últimamente
Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché la palabra sofista, mi padre, que era profesor de filosofía, me la aplicó cuando intenté escaquearme de algo mediante argumentos sofisticados (¿están relacionados etimológicamente sofisticado y sofista?), 'no seas sofista, me dijo', sonriendo
ResponderEliminar