Tomó la larga diagonal que pasaba por delante del monumento de Watts a, o de, la energía física: el jinete de muslos enormes tiraba de las riendas y miraba, en un fermento de descubrimiento, hacia Kensington Palace.
Pensaba que al hablar de energía el monumento el Watt citado sería James Watt, el escocés que perfeccionó la máquina de vapor y que por tanto dio el pistoletazo de salida a la Revolución Industrial, para lo bueno y para lo malo. Pero no, se trata de el escultor Watts. James Watt tiene no obstante su propia escultura en la abadía de Westminster, y bien que lo merece. Es el responsable de la unidad caballo de vapor para la potencia (yo propuse sin éxito el poney de vapor como submúltiplo) y tiene el raro honor de que se le haya puesto su nombre a una unidad del Sistema Internacional, el vatio o watt.
Y luego está también Charlie Watts (Watts his name? se cachondeaban Jagger y Richards), mítico batería de los Stones, quien no tiene aún su escultura en Londres pero que imprimió buena dosis de watios a la banda británica.
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